Por Amael
Rubio -
Cuánto kilómetro de diferencia real puede
causarnos la trayectoria casi geográfica del Tren Lechero Habana-Portland. Buen
pretexto para ejercer el peligro de la literatura y darle largas al asunto de
lo obvio y lo pagano, sin resistirnos apenas a ser un poquito cardíacos y
memoriosos, al ristre con las
pusilánimes armas con que contamos.
¿Cómo será ese día que logremos que el tren
nuestro -lechero y todo- llegue de pronto a Portland, en hora,
y de pronto regrese a la Habana pese a tanto kilómetro de palabra y de
vacío interponiéndose?
La Habana nunca llegará al cero grado (al menos
mientras nosotros le duremos). No importa que un Yankee de Connecticut
intente “conectarse” poniendo una pista
de hielo en Belascoaín y Malecón (como avisa un neoyorquino).
Esta es una ciudad de números más allá de cero.
Hoy en la mañana fácilmente había 27 (Celsius). No pasó el ómnibus
(amarillo-ex-escolar-canadiense) que nos privilegia el viaje al trabajo y tuve
que subirme en la Ruta 83 y allí dentro había 30, o 31 (repito, Celsius). Hay una cierta confianza entre nosotros, los
de aquí, que nos permite transpirarnos a un centímetro, sin habernos visto
nunca. Cara a cara. Cuerpo a cuerpo. Hay que admitir la palabra “toqueteo”, que
es ese reacomodo y aprisionamiento en punta, ante el volumen y espacio de otro
cuerpo (por demás, humano como el nuestro) hasta hoy desconocido, y que volverá
a alcanzar tal categoría en cuanto avancemos, o avance, o por razones lógicas,
retrocedamos (o retroceda) en nuestro deshecho plan de recorrido. Todo va a
transcurrir de acuerdo al equilibrio de inocuidad y firmeza con que resistamos
las presiones y los roces. Hay ventaja en los de la tercera edad por la
consabida mayoritaria consideración y la confianza en que ya no podemos causar
mucho efecto. Por ejemplo, hoy llegué de estrujón y de Eau de Cologne hasta los
sesos por una buena causa mulata que buscó protección. Tuve que admitir que
estoy vuelto un individuo la mayoría del tiempo por debajo de cero (Celsius).
La muchacha me lo agradeció, pero he quedado consternado.
No pongo en duda que en Portland la gente se
“toquetee”. Hacerlo es acción humana.
No importa si son Celsius o Fahrenheit los grados de la temperatura. Leí que Portland es una ciudad llena de parques. Los locales se reúnen en los parques y son amables, más que corteses. La cortesía “es asunto de los hombres no de los amantes”. Quién quita que un apretujón a lo Portlandia tenga tanta temperatura como uno en la Habana, todo depende del amante, o de la amante, o de los amantes.
No importa si son Celsius o Fahrenheit los grados de la temperatura. Leí que Portland es una ciudad llena de parques. Los locales se reúnen en los parques y son amables, más que corteses. La cortesía “es asunto de los hombres no de los amantes”. Quién quita que un apretujón a lo Portlandia tenga tanta temperatura como uno en la Habana, todo depende del amante, o de la amante, o de los amantes.
En la calle Concordia (Centro Habana) hay un eterno club nocturno que nos servía de
cabina de urgencias a cualquier hora del día. Uno detrás de otro, como fila de
coches de tren lechero, se alineaban los reservados: mesa estrecha en el medio,
de cada lado una roja butaca con sospechoso espacio para dos. Licor de menta
con limón y granizo. Silencioso y lejano el camarero. La luz solo en la barra.
El aire frío en pocas ocasiones. Todo por cinco de aquellos pesos de los
ochenta. Casi siempre el mundo transpiraba bajo las cortinas. Pero eso no era
“toquetearse” casualmente. Se fabricaban hombres en horas laborables (o se
desperdiciaban por gusto y por placer). Aun se llama “Los Amantes” y parece
remozado, pero se nos acabó el pretexto.
Aquí siempre la gente se ha toqueteado
libremente, hay soberanía en eso. Aunque recuerdo con miedo a los gay de mis
becas, aquellos que los tipos duros apalearon en la noche y no tuve los "cojoncitos" bien puestos para defenderlos. Solo porque se tomaron de las manos
(se las apretujaron con apresuramiento). Observo a los gay porque me produce
curiosidad su dramaturgia, ¿qué los torna gay, es decir “pájaros”, “locas” como
decimos? Recuerdo que una vez ayudé efectivamente a unos conocidos y ellos en
agradecimiento me invitaban a sus paseos y fiestas. Una noche otro amigo mío,
secretamente gay, me increpó por andar de paseo “con esa turba de maricones”.
Finalmente otro amigo, nada gay este último, aprovechó que me sustituyó en el
cargo por un tiempo y les retiró toda la ayuda y los hizo desaparecer de
nuestro entorno. Y yo volví a quedarme callado. Por suerte, aunque todavía hace
falta que los defiendan, ya no es tanto. Tienen día, organización, bandera y
hasta sombrilla. Las sombrillas son un hermoso arcoíris. Mi mujer se
compró una y solo lo supe cuando la abrió como un sol una tarde bajo la lluvia.
De nada valió explicarle. Sin solidaridad consciente alguna, la usó hasta que
un viento habanero se la convirtió en un espinazo de alambre y trapo colorido.
No se preocupen, habrán bancos de esperma por
la libre y seguiremos siendo hombres y mujeres, lo mismo en Portland que en la
Habana.
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