miércoles, 8 de abril de 2015

HABANA: RAP-ZONES DEL TOQUETEO

Por Amael Rubio -

Cuánto kilómetro de diferencia real puede causarnos la trayectoria casi geográfica del Tren Lechero Habana-Portland. Buen pretexto para ejercer el peligro de la literatura y darle largas al asunto de lo obvio y lo pagano, sin resistirnos apenas a ser un poquito cardíacos y memoriosos,  al ristre con las pusilánimes armas con que contamos.

¿Cómo será ese día que logremos que el tren nuestro  -lechero y todo-  llegue de pronto a Portland,  en hora,  y de pronto regrese a la Habana pese a tanto kilómetro de palabra y de vacío interponiéndose?

La Habana nunca llegará al cero grado (al menos mientras nosotros le duremos). No importa que un Yankee de Connecticut intente  “conectarse” poniendo una pista de hielo en Belascoaín y Malecón (como avisa un neoyorquino).

Esta es una ciudad de números más allá de cero. Hoy en la mañana fácilmente había 27 (Celsius). No pasó el ómnibus (amarillo-ex-escolar-canadiense) que nos privilegia el viaje al trabajo y tuve que subirme en la Ruta 83 y allí dentro había 30, o 31 (repito, Celsius).  Hay una cierta confianza entre nosotros, los de aquí, que nos permite transpirarnos a un centímetro, sin habernos visto nunca. Cara a cara. Cuerpo a cuerpo. Hay que admitir la palabra “toqueteo”, que es ese reacomodo y aprisionamiento en punta, ante el volumen y espacio de otro cuerpo (por demás, humano como el nuestro) hasta hoy desconocido, y que volverá a alcanzar tal categoría en cuanto avancemos, o avance, o por razones lógicas, retrocedamos (o retroceda) en nuestro deshecho plan de recorrido. Todo va a transcurrir de acuerdo al equilibrio de inocuidad y firmeza con que resistamos las presiones y los roces. Hay ventaja en los de la tercera edad por la consabida mayoritaria consideración y la confianza en que ya no podemos causar mucho efecto. Por ejemplo, hoy llegué de estrujón y de Eau de Cologne hasta los sesos por una buena causa mulata que buscó protección. Tuve que admitir que estoy vuelto un individuo la mayoría del tiempo por debajo de cero (Celsius). La muchacha me lo agradeció, pero he quedado consternado.

No pongo en duda que en Portland la gente se “toquetee”.  Hacerlo  es acción humana.
No importa si son Celsius o Fahrenheit los grados de la temperatura. Leí que Portland es una ciudad llena de parques. Los locales se reúnen en los parques y son amables, más que corteses. La cortesía “es asunto de los hombres no de los amantes”.  Quién quita que un apretujón a lo Portlandia tenga tanta temperatura como uno en la Habana, todo depende del amante, o de la amante, o de los amantes.

En la calle Concordia (Centro Habana)  hay un eterno club nocturno que nos servía de cabina de urgencias a cualquier hora del día. Uno detrás de otro, como fila de coches de tren lechero, se alineaban los reservados: mesa estrecha en el medio, de cada lado una roja butaca con sospechoso espacio para dos. Licor de menta con limón y granizo. Silencioso y lejano el camarero. La luz solo en la barra. El aire frío en pocas ocasiones. Todo por cinco de aquellos pesos de los ochenta. Casi siempre el mundo transpiraba bajo las cortinas. Pero eso no era “toquetearse” casualmente. Se fabricaban hombres en horas laborables (o se desperdiciaban por gusto y por placer). Aun se llama “Los Amantes” y parece remozado, pero se nos acabó el pretexto.

Aquí siempre la gente se ha toqueteado libremente, hay soberanía en eso. Aunque recuerdo con miedo a los gay de mis becas, aquellos que los tipos duros apalearon en la noche y no tuve los "cojoncitos" bien puestos para defenderlos. Solo porque se tomaron de las manos (se las apretujaron con apresuramiento). Observo a los gay porque me produce curiosidad su dramaturgia, ¿qué los torna gay, es decir “pájaros”, “locas” como decimos? Recuerdo que una vez ayudé efectivamente a unos conocidos y ellos en agradecimiento me invitaban a sus paseos y fiestas. Una noche otro amigo mío, secretamente gay, me increpó por andar de paseo “con esa turba de maricones”. Finalmente otro amigo, nada gay este último, aprovechó que me sustituyó en el cargo por un tiempo y les retiró toda la ayuda y los hizo desaparecer de nuestro entorno. Y yo volví a quedarme callado. Por suerte, aunque todavía hace falta que los defiendan, ya no es tanto. Tienen día, organización, bandera y hasta sombrilla. Las sombrillas son un hermoso arcoíris. Mi mujer se compró una y solo lo supe cuando la abrió como un sol una tarde bajo la lluvia. De nada valió explicarle. Sin solidaridad consciente alguna, la usó hasta que un viento habanero se la convirtió en un espinazo de alambre y trapo colorido. 

En la Habana veo como se acarician las parejas gay en los ómnibus y en cualquier parte de la ciudad de manera soberana y pienso que somos mejores personas por ello. Escribí hace un tiempo que este país siempre ha sido propenso a la inauguración, por aquello del primer ferrocarril, la televisión y el teléfono. Predije allí, sin el menor indicio, que en unos años seremos de los primeros países en eliminar la casilla de sexo de las planillas y los documentos legales.  Y que, en el futuro, seremos también de los pioneros en crear una asociación para defender los derechos de los heterosexuales.

No se preocupen, habrán bancos de esperma por la libre y seguiremos siendo hombres y mujeres, lo mismo en Portland que en la Habana.

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