Por Amael
Rubio
Aquí hay
burócratas de alto rendimiento, como se llama en Cuba a las estrellas del
deporte. Esos que detentan cargos y “recargos” y quienes fácilmente, en su
abreviado español, pueden hacer polvo (no precisamente de estrellas) cualquier
humilde emprendimiento fuera de los límites de su influencia y poder.
Hay
categorías de burócratas: los clásicos, que con el mayor respeto y en voz baja
se les llama “vacas sagradas”, o los
profesionales (uno me declaró en cierta ocasión que no aceptaba ningún cargo o
“recargo” si no tenía oficina-secretaria-y-carro…)
También hay
burócratas de “menor cuantía” sin los
atributos mencionados; pero prestos a impedir que se cumpla alguna nueva
resolución, instrucción o circular que
algún otro burócrata encumbrado haya conseguido parir, en un rapto de buena fe, para facilitar o
proveer la solución de un problema o asunto, de esos que también cumplen
gloriosos aniversarios sin la alegre solución.
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Burócrata-Ares |
Les siguen
los aprendices, otra estirpe lógicamente en ascenso; como ejercicio didáctico y en su florido
español monosilábico crean emocionados
la implementación surrealista del textico conciliador y consiguen
hacerlo polvo. Debiera decir “cenizas” para evitar la repetición, pero mi vocación de futuro incinerado me
obliga a ser comedido con el término.
Declaro con
recelo que en ocasiones (por suerte, pocas) he ejercido la mencionada profesión
como prueba de que pocos escapan ante tamaña provocación. Por algo me atrevo a
figurar sobre el papel virtual el tema de marras; y a andar despacio el riesgo
de tocar canciones del conocido D.R.
También hay
burócratas internacionales e internacionalistas, opositores, exiliados,
exitosos, y otros.
Recuerdo a
una abogada en ejercicio (luchaba por bajar unas libras) a quién le quise
estrujar en la pecosa y rubia cara la nueva ley de la vivienda, un día después
de publicada. Sin el menor cuidado me escupió con triunfante incredulidad – A eso
le falta la implementación-. (“Luego supimos que era cierto…”).
Actualmente
la leguleya tiene dos casas, un almendrón del
2007. Se trajo a los viejos de Pinar y sueña con un bufete particular.
Ah y sigue gorda.
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Muerte de un burocrata |
Alguien le
regaló una Remington del 58, haciéndole la mejor broma del 2014, pero el tilda
a los humoristas de “payasos” y por ello no se dio cuenta. En ella intenta
escribir su biografía pero se queja que ha perdido digitación y que la columna
cervical le hace trastadas. También el viejo equipo se sonroja ante el laptop
de la nieta de mi amigo y se traba a cada rato con una sospechosa tos perruna.
El asunto es que el documento no avanza como
quisiera y me ha pedido ayuda con sus manuscritos a bolígrafo. Quiere también
un diseño tipo boletín de CEP; e insertar algunas fotos de sus tiempos de
forward del equipo de básquet del preuniversitario. Para mi fortuna, yo he
dejado de amar tanto a los burócratas y aunque
me da pena no querer ayudarlo, me temo que como muchas famosas biografías, algo
inevitable haga que la suya quede inconclusa (aunque puedo equivocarme).