Por Amael Rubio.
A
Jorge Luis Acosta.
Parque Marti |
Un día nos reímos mucho; porque el viejo
al ponerse una en la mañana, apurado por irse, no se percató que mi madre había
olvidado plancharle las tapas de los bolsillos. El viejo se bajó del carro que
lo llevaba al trabajo hecho una fiera y entró a la casa con aquellas tapas
arrugadas a los lados del pecho, semejando dos puntiagudos senos de
adolescentes. Nosotros, que nos apresurábamos para la escuela, no pudimos
aguantar la risa y hasta el, que era tan serio, acabó riendo aunque sin dejar
de pelear.
Emilito era un amigo adquirido por la
relación con mi primo Luis, con el que estudié un tiempo. Era un “jabao” alto y
fuerte, con la boca llena de frases callejeras y el cuerpo adornado de gestos
marginales y mucha bravuconería. Sin embargo, con nosotros era un amigo fiel
que se contenía y con frecuencia disfrutábamos de su compañía. Era asiduo
a nuestras fiestas y algunas veces fuimos juntos a lugares donde, al final,
Emilito se enredaba en una pelea que acababa con la paz del lugar (quien sabe
si por envidia a los que habían tenido más suerte que él esa noche). A mí
siempre me dio la impresión que lo hacía solo por disfrute y por demostrar, una
vez más, el efecto fulminante de sus fuertes puños.
Calle Carlos Manuel |
Por suerte, logré calmarle. Le pedí que se
fuera a su casa y fue cuando me dijo, con toda lógica, que –necesitaba una
camisa-. Ni pensar en mis camisitas tallas SS (super small). El necesitaba algo
bien grande. No dudé. Busqué en un lugar donde mi madre guardaba la ropa limpia
y le di una de aquellas camisas legendarias de trabajo de mi padre. Si oprimo
la memoria, puedo asegurar que era azul, bien oscuro, sin planchar. Emilito sin
decir una palabra salió con “su camisa” con el sigilo de los ladrones y la
alegría de saber que el que tiene un amigo “tiene un central” pero además,
tiene a su servicio hasta las camisas de su propio padre.

No les cuento lo que me dijo el viejo a
mí. Emilito, respetuoso, no le contestó. Pero, en vano esperamos la
camisa.
Hace
ya mucho que nuestro Emilito desapareció en un viaje aciago a los Estados
Unidos. Algunos dicen saber que murió en otra reyerta. Mi padre también murió
en otra pelea (contra el cáncer). Las camisa de trabajo ya no tienen
importancia alguna para nadie, pero el recuerdo es una joya que comparto.
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