A propósito de Portland
Por Roberto RR
El día que llegué a Portland, recordé mi primer
viaje a Dublín en un vuelo de Aer Lingus. Solo yo iba cubierto, abrigado,
mientras los demás andaban en pullovers
y ropa ligera. Y es que para ellos, apenas comenzaba el verano, mientras que
yo, en verdad, ignoraba en qué estación del año me encontraba. Lo cierto es que
sentía como si el frío me quemara. Quizás era porque venía con el rabo entre
las piernas, después de un largo tiempo
en Miami, donde las temperaturas son demasiado elevadas y el calor no
siempre acaricia.
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Pero debo decir que sentí el primer abrazo de Portland a
través de mis familiares a los cuales acudí en busca de apoyo. Porque al llegar, me dominaba la incertidumbre, la zozobra y el miedo a
fallar en un territorio desconocido. Me sentía a merced de mi propia suerte y
marcado por la fatalidad que me había perseguido de manera tenaz hasta ese
momento. Llegar a esta ciudad oregoniana fue como alcanzar un oasis después de
muchas horas atravesando el desierto. Me impresionó la hermosura de su paisaje, el saludo y la sonrisa de los transeúntes al cruzarme en la calle y
la cordialidad de cada institución donde fui buscando empleo, aun cuando cada
uno de mis esfuerzos siempre hallaba algún obstáculo. Vivir fuera de Cuba me ha obligado a enfrentar
un montón de realidades. No bastaron mis viajes por Europa, ni mis dos años en
África, y tampoco mí permanencia de casi tres
años en México. Hay un punto en que se siente que ya no hay marcha atrás, que
ya no habrá regreso, y es entonces que
comienzas a cuestionar tus propias esencias. Cuando no vives en tu país, la
necesidad de adaptación y de aprehender la nueva realidad de tu entorno, te
obliga a adoptar hábitos y costumbres ajenas, que luego harás tuyas, y en ese
mismo camino, hay una fuerza que te mueve a reafirmar tu identidad. Si cierto
es que los cubanos tenemos características que nos distinguen, [y no son
precisamente las que habitan algunos
mitos] los seres humanos en todas partes tenemos más cosas que nos unen
que las que nos separan. The more together we’re, the happier we’ll be…
[Mientras más juntos estemos, más felices seremos] así dice una canción que
escuche a unos niños de Kindergarten hace apenas unos días.
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Y estar juntos, a
mi modo de ver la vida, es sobre todas
las cosas abrazar la diversidad, porque a fin de cuentas, todos los motivos de
la igualdad están precisamente en la diversidad de cada ser humano que pisa
esta tierra.
Los Estados Unidos y los americanos también tienen
el fantasma de los buenos y malos mitos. Aquí en esta ciudad se me deshicieron
muchos de esos mitos. Aprendí que los Americanos
no son todos rubios y de ojos azules, que no son fríos y calculadores todos los
del norte, y también que la sociedad y los ciudadanos de este país, son más
nobles que arrogantes, mucho más tolerantes y flexibles que rígidos y severos.
Y aprendí también que realmente ignoraba cuantas cosas urge cambiar en este mundo.
Nada más contundente y real que éste análisis de tu artículo. Yo a penas tengo cuatro meses en estas tierras norteñas, que siempre supe que no era tan revuelto, y mucho menos brutal. Aunque depende dónde estés, para darle gracias a Dios que tu camino no sea el más estrecho de todos. Yo, a sólo días de "subir" como dicen mis compatriotas desde acá en el sur. Me siento así mismo como tú cuando escalabas las latitudes geográficas de esta nación hacia el noroeste. Sé que no será fácil. Pero como decían los niños que cantaban esa canción, y traduciendo a un lenguaje reyoyo y con alta dosis criolla, EN LA UNIÓN ESTÁ LA FUERZA.
ResponderBorrarTu Coterraneo:
SAMIR OSORIO.
Gracias, Samir. Me dan alas tus comentarios. Tengos muchas mas cosas buenas que decir de Portland y de lo que he visto aqui. Pero a veces temo que me digan ingenuo, pero yo trabajo en la calle, con las instituciones de salud, con los maestros. Este pais tiene un rostro amable. Gracias de nuevo.
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