Por Amael Rubio.
…y cómo lo vio tan bruto…
Juventino soñaba
que era blanco. Su rostro perfecto de africano se volvía níveo en medio de la
fase REM. Los negros agujeros de su nariz se tornaban de un rosa transparente entre
una fina maraña de capilares azulosos. Sus bellas manos
de chimpancé relucían como guantes de sirviente de hotel. Cuando despertaba, la
vergüenza le cubría el cuerpo negro y se engullía en si mismo; temeroso de que
le quedara algún rastro del color de la noche anterior.
Era un hombre de letras, profesor de escuela secundaria y lector tenaz
de poesía y narrativa cubanas. Tenía sin embargo una pobre voz de gato
ensortijado que le impedía declamar los versos del Poeta Nacional con la requerida
voz de lucumí con trasfondo de rumba. Era parco y moderado y exigía a sus
alumnos respuestas breves a sus breves preguntas.
En los días del sueño era hermético como una caja fuerte. No aceptaba
favores. No cabeceaba en los ómnibus en sus viajes de regreso por temor a
empezar a mancharse de blanco ante la presencia del resto de los pasajeros.
Azela, su mujer, una mulata de cuerpo descomunal, todas las noches al
acostarse se abría en tijera perfecta ante sus ojos y le ofrecía, como de
estreno, su entrepierna copiosamente cubierta de un vello boscoso que se
extendía por el interior de sus muslos de
hierro hasta casi el comienzo de las
rodillas. Lo hacía para
molestarlo y a la vez recordarle que llevaba años sin cumplirle. El prefería
correr el riesgo terrible de decolorarse antes de arriesgarse al naufragio en
la maraña aquella.
Ella también era una mujer de letras, profesora de historia, fumadora
empedernida. Mujer de otros. –Por necesidad- se justificaba. Ni a ella le había contado Juventino su
aterradora experiencia onírica. No porque pudiera divulgarlo. El sabía cómo
exigirle una extrema confidencialidad y ella como cumplirla. Es que no veía cómo
pudiera ayudarle y corría el riesgo de que se burlara y le numerara entre risas
las ventajas de llegar a ser blanco “en una sociedad socialista”. La infalible coletilla que utilizaba cada vez
que alguna ley o medida del gobierno la afectaba personalmente. El nunca
respondía a la provocación. Solo chasqueaba la lengua y se alejaba silencioso.
Pensó que un hombre inteligente no se deja vencer tan fácilmente. Fue a
la biblioteca del centro de la ciudad y se asombró de volver a hallar a la
misma mujer de cuando se hizo el carnet de socio allá por los catorce. Conservaba
el mismo cabello largo ligeramente ondeado traído al frente sobre el lado
izquierdo, ahora ligeramente cano e hirsuto, reposando inquieto sobre la débil
huella de un seno que fue hermoso. No lo reconoció aunque el la llamó por su
nombre inolvidable y breve. Con su ayuda solicita consiguió varios textos y los
leyó ávido allí mismo en la desierta sala de lectura. De nuevo topó con las
referencias a los procesos REM que ya conocía y con el intenso Die Traumdeutung de
Freud, desconocido para el hasta ese momento (a Freud lo conocía por la fuerza
de una biografía que había leído en la cercana juventud y las discusiones sobre
el psicoanálisis y la sexualidad tan populares en el Pedagógico).
Consultó con ella la posibilidad de una búsqueda en internet. El nuevo
servicio se anunciaba en ariales oscuros sobre una hoja de papel pegada con
cinta adhesiva a la izquierda del mural, justo debajo del anuncio del “libro de
la semana”.
-Tienes que llenar una planilla y
tener un motivo importante para que el director autorice la búsqueda-.
Le dijo en un tono sospechosamente conciliador; aunque dándole un
énfasis especial a las palabras “motivo importante” para que parecieran una
barrera no fácilmente franqueable.
-Es para el trabajo. Soy profesor-.
Le dijo con su habitual maullido.
Ella lo sopesó con la mirada y le espetó. – ¿No será que tienes malos sueños y quieres saber la causa?-. Sin
dejarlo contestar siguió. – Yo se lo que
es eso. Tengo pesadillas todas las noches. Me acosan cadáveres podridos y me
desangro entre las sábanas. Lo peor es que no puedo gritar. Soy casi consciente
de que si no despierto moriré. Finalmente logro vencer la angustia y grito, entonces
despierto. Últimamente sueño con mujeres sádicas que me besan y me ultrajan. A mí
que nunca me han gustado las mujeres...mi último marido salió huyendo en una de
esas noches de gritos y terror-.
Sintió que le había dicho lo del marido huido “para su conocimiento y
efectos” y por un segundo tuvo deseos de confiarle su trastorno onírico con la
melanina. Después de todo podía decirse que la bibliotecaria era una vieja
conocida; aunque hiciera como veinte años que no la veía. Claro, -Clara se
llamaba ella- los mismos que el no atravesaba el antiguo recinto de la
biblioteca. A favor también estaba que ella no era de su estrecho círculo de
conocidos y no habría riesgo de que lo comentara. Aunque pensó que eso no era
seguro –nunca se sabe-. Los orientales somos gente gregaria y como decía su
propio padre – conocen hasta al pipisigallo-. Lo malo es que era blanca. Se
pondría a favor de la descolorante transformación y probablemente se le
ofrecería en bandeja de plata sin el menor remilgo. Desde joven, a Juventino le
gustó mucho su pelo sobre el hombro, las piernas parejas y los senos pequeños
pero firmes, pero siempre se detuvo en que el era el carboncillo y ella el
fondo níveo del retrato del amor. Nada que ver sin una mano diestra.
-Fui al psicólogo, al psiquiatra
y a la cartomántica. Esa si supo explicarme y darme algunos remedios que a
veces resultaron-. Continuó
hablando como si el con su silencio le hubiera dado pie. –Me dijo que los sueños premonitorios existen, pero son difíciles de
explicar porque son lo contrario de lo que reflejan, aunque no hay nada seguro.
Si sueñas con la muerte es seguro salud, para el muerto o el enfermo; si hay
tormenta es bonanza… ah, y si son números con los que sueñas son cábalas falsas
que, en el mejor de los casos, se consiguen poniéndolos al revés-.
-Pon los zapatos en cruz bajo la
cama y el clásico vaso de agua. Búscale una explicación práctica a tu sueño y
confía en que no va a volver-. Le dijo en un susurro inclinándose sobre el
oscuro pabellón auditivo de Juventino. El sintió la cercanía y aunque lo
disfrutó se alejo un centímetro.
-Lo malo es que en cuanto pierdes
la fe ya el remedio no sirve y el terror vuelve-.
Hizo un gesto con la cabeza para agradecerle sus palabras y a la vez recordó
que su carencia de fe era innata y definitiva.
Llenó la solicitud de la búsqueda en Internet y le agradeció de nuevo en
un tono más íntimo. – Gracias Clara, pero
no es mi caso. Es solo para informar a los alumnos-. Se enorgulleció de su propia
resistencia.
La rutina del sueño llegó como un flechazo…por más que lo intentó no
pudo comprobar si su piel había vuelto a cambiar. No podía ver. Extendió los
brazos y palpó el cuerpo de Clara jadeando de placer entre el musgo abundante
de los muslos de Azela. El sueño siguió hondo e igualitario…
Amael: personajes como Juventino son una metáfora que subyace dentro de circunstancias excluyentes no solo por razones de color o raza. La exclusión social y la discriminación por distintas razones, ya sea por religión, creencia, sexo o preferencia sexuales es un tema que no siempre está sobre las mesas de discusiones, y a veces las instituciones, los gobiernos y la propia sociedad se niegan a discutirlas. Muchas veces el propio ciudadano discriminado o discriminador no es consiente que en el tejido social subyace ese tipo de virus patógeno.
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